ECUADOR: ÚLTIMO LLAMADO

JUAN JOSÉ ILLINGWORTH

Un indígena cernía a golpes a su pareja, al acercarme para defenderla, ambos salieron corriendo, era 1972: la época del mate o pegue, maredo es. ¿Qué inició este masoquismo? ¿Qué hay detrás de que uno da palo y el otro lo recibe? Dejo en suspenso y vuelvo a la actualidad: entregamos el 21% de nuestro sueldo al IESS, el ministerio de finanzas se lleva 10 mil millones y deja un papelito reconociendo que se los ha llevado y los ecuatorianos seguimos aportando como si nada. Mate o pegue, el IESS es. Cuando necesitamos su atención, no nos tratan, o nos maltratan, pero seguimos pagando. Se descubre que roban en volquetas y fugan en avionetas, pero seguimos aportando. Se inventan carnets de incapacidad para recibir jubilaciones tempranas y seguimos aportando. Ellos pegan y los otros pagan. Hay cárcel para quien no aporta y quien sí lo hace es considerado formal y civilizado. Aguantamos el golpe y decimos: ese es mi Ecuador.

La salud es una de esas 3 cosas que hay en la vida y en nuestro Ecuador su cuidado es de responsabilidad centralizada. En la pandemia el MSP ordenó que el diagnostico sólo podía hacerse en Quito, pero entre que el paciente pedía la prueba y recibía el resultado, el MSP se tomaba 4 semanas, una más de lo necesario para morirse sin tratamiento. Luego vino el Ministro de Salud a informar que Quito tiene el doble (141) de UCIs (Unidades de Cuidado Intensivo) que Guayaquil (71), la diferencia mata, literalmente; pero un canal guayaquileño le dio pantalla para que descalifique a quien sólo evidenció cifras, sin dar espacio a la réplica, como si dijera: mate o pegue, Ministro es. El MSP le pasa sus obligaciones a la Junta y a las clínicas de diálisis, pero paga cuando le da la gana y no pasa nada; da miles de carnets de incapacidad a ladrones y tontea a los realmente discapacitados, pero según algunos hay que ser políticamente correctos, tolerar que el Ministro no publique los nombres y decir: ese es mi Ecuador del alma.

Proponer que este sistema caduco e injusto (que entrega a una ciudad el poder de extraer dinero, imponer al resto normas y frenos para su desarrollo) sea reemplazado por un auténtico y profundo federalismo, debería alegrar a todos; por algo es el sistema usado en los países más desarrollados del mundo. Pero acá, algunos defienden el sistema actual; entre ellos: los burócratas, algunos empresarios que consiguen privilegios de lo público, los banqueros y quienes viven del poder político o aspiran a alcanzarlo.

Pero hay otros que no son beneficiarios directos y que, sin embargo, se atemorizan con la sola palabra federalista. Cómo no pensar en la indígena que responde: mate o pegue, maredo es. El masoquismo es una relación entre dominado y dominador. El dominado, en vez de conquistar, acepta someterse. Si al hacerlo experimenta placer, hay perversión; si hay resignación, podría tratarse de impotencia o de sobrevivencia, como cuando el dominador mata de verdad, tal como lo hacían los españoles que conquistaron américa (o como hace el centralismo, reduciendo en 3 años la esperanza de vida de los guayasenses). Hubo 300 años de dominación colonial y luego 200 de dominación capitalina. Quizás la tolerancia al centralismo se explica porque 500 años inmersos en la dominación se arraigaron inconscientemente en nuestra identidad y vida social, formando una mentalidad cortesana, alineada y pendiente del poder, sea social o económico, tal como todavía sucede abiertamente en Quito, ciudad del Gran Poder, pero también entre las vencidas (traducido del latín: provinctias), lo que explicaría que el centralismo es un mal que ha durado más de 100 años.

Felizmente, hay también quienes consideramos que las buenas relaciones entre las personas no tienen como eje al poder o a la dominación, superamos la desconfianza con la aceptación y respetamos al diferente. El Ecuador quitocéntrico odia las diferencias, se ha imaginado que su rol es ser un ente rector y controlador, extractor y dominador. Ese Ecuador no es ni será mi Ecuador. La Toma incendiaria de Quito por los indígenas y correístas demostró lo frágil que es el quiteñocentrismo. La irracionalidad y la corrupción del manejo de la pandemia por parte del Gobierno Central, nos demostró que con la milésima parte de recursos locales se pudo 100 veces más que con los 100 millones diarios del Gobierno Central. Estos 2 campanazos (Toma de Quito y Pandemia), podrían ser la advertencia de una futura 3ª amenaza, quizás más violenta y mortífera.

Pero todavía estamos a tiempo. Abandonemos este modelo por uno que promueva la riqueza de toda la nación. Redefinamos un Ecuador en donde los de una provincia sintamos con alegría la prosperidad de la otra, porque cada cual estará parado encima de su propia lucha por el bienestar y no sobre el vientre o la espalda del otro.

En los próximos meses, los candidatos irán tras el Gran Poder, mientras al ciudadano le conviene reducir el poder del estado y crear un ambiente social donde mande el hambre de progreso de las personas, basado en el esfuerzo de cada cual y no en el reparto fácil y chueco de dineros que se llaman públicos pero que provienen del trabajo de los contribuyentes.

La verticalidad del gran poder nacional ha resultado ser pura corrupción. El Federalismo podría ser un último llamado a que la horizontalidad del poder logre la supervivencia de la república, al mismo tiempo que la prosperidad y la verdadera unión de los ecuatorianos.